Ansiaba con todas mis fuerzas que fuera terrible. Aun cuando sabía con total certeza que era bastante improbable, me aferraba a la esperanza de que aquella noche, aquella única, inesperada y tan jodidamente deseada oportunidad resultara ser un estrepitoso fracaso. Necesitaba la desilusión que me devolviera el sentido común y me sacara esa tonta obsesión de la cabeza. Y cómo no, tuve que equivocarme. Y cómo no, sus besos tuvieron que arder más incluso de lo que yo había imaginado, tuvieron que ser creíbles. Y cómo no, sus dedos tuvieron que hacer saltar chispas en cada minúsculo punto de mi cuerpo. Entonces le odié. Y a mí me odié a la vez. Porque fue entonces cuando supe que él jamás dejaría de producir ese efecto en mí.
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